sábado, 26 de diciembre de 2009

Libro: “La imagen del felino en el arte del antiguo Perú”

De garras y colmillos

Felinos. El otorongo, el puma y otros felinos han sido representados de múltiples formas en todas las culturas del Perú antiguo. La joven historiadora de arte Alba Choque Porras ha publicado un libro (*) que busca responder el porqué de este culto ancestral.

Por: Jorge Paredes

El cóndor, el felino y la serpiente. Estos tres animales representaron en el Perú antiguo a los tres mundos conocidos: el aire, la tierra y el subsuelo. Pero de los tres, el felino aparece como el más importante. Desde tiempos precerámicos (2.500 años a.C) su imagen no solo fue reproducida de mil maneras sino, además, se mimetizó con las representaciones de los otros dos animales. ¿Qué vio el hombre andino en estos esbeltos animales andino-amazónicos, solitarios y depredadores? ¿Qué representó la imagen totémica del jaguar o del puma en estados agrarios y teocráticos? La historiadora de arte Alba Choque Porras ha dado respuesta a estas preguntas en “La imagen del felino en el arte del antiguo Perú”, un revelador volumen que recorre el universo religioso precolombino a través de un estudio iconográfico de los distintos gatos andinos que han poblado el imaginario de nuestras culturas ancestrales.

***

“Creo que el tigre se llama “ukurunku” en el Antisuyo”, escribió Garcilaso en “Los comentarios reales de los incas”. Ese es el nombre del actual otorongo, conocido también como jaguar. El mayor felino de esta parte de América, que puede llegar a medir hasta dos metros de largo y pesar 180 kilos.

Hasta el momento la primera representación de un felino fue hallada en Huaca Prieta, en el valle de Chicama, La Libertad, en 1946. Se trata de un tejido de algodón de 4.500 años de antigüedad, en el que se representaba la figura de un cóndor, en cuyo vientre aparecía una serpiente enroscada con cabeza de felino. “El felino en esta imagen es el corazón y el inicio de la vida de las otras dos deidades. Asimismo, es el inicio de un diseño morfológico mítico-religioso en el Perú antiguo”, escribe la autora.

Esta imagen resulta clave para entender por qué el felino hechizó al hombre andino. Como todo pueblo agrario y teocrático, las culturas del Perú antiguo divinizaron el poder devastador de los fenómenos naturales, (el rayo, la lluvia, el trueno) y le dieron fuerza mítica al mundo físico que los rodeaba (las montañas, los ríos, las lagunas), pero al mismo tiempo adoptaron como figuras totémicas a ciertos animales que ellos creían podían dominar a estas fuerzas. Ahí el felino ocupó un lugar primordial.

***

En el libro se dice que el felino ha sido el alter ego del hombre andino, ¿cómo surge esto?
.
En este trabajo me he apoyado en la arqueología y la historia, pero también en la biología. Primero debemos averiguar cuál ha sido el comportamiento de la fauna felina en el antiguo Perú. Hay cuatro felinos principales: el otorongo, el puma, el tigrillo y el gato montés, los cuatro eran adorados en diversas escalas. Pero los principales eran el otorongo y el puma. El otorongo aparece como el máximo depredador por encima, incluso, de la anaconda, entonces el hombre prehispánico lo asoció con un ser poderoso e indestructible y le atribuyó poderes sobrenaturales. De esta manera, comenzó a imitar su comportamiento para buscar él también ese poder. Hasta hoy el chamán invoca al felino o se viste como este animal, tratando de asumir los poderes de la deidad. Todo esto fue reflejado en los relatos orales y en el arte.

También mencionas que la figura del felino está relacionada con el culto al agua y la fertilidad, ¿cómo ocurre esta transformación?

En principio, los otorongos viven en lugares húmedos, cerca de pantanos a diferencia de los pumas que viven en zonas secas. ¿Qué pasa? En todas las representaciones totémicas los animales son cargados con las características de otros seres. El felino va a tomar las alas del cóndor y en otras ocasiones los atributos de la serpiente. El hombre andino asoció el rugido del otorongo con el ruido del trueno, pero como este sonido venía del cielo, entonces construyó el mito del felino volador, que arroja centellas de sus ojos y luego riega con sus orines la tierra. Ahí la relación con el culto al agua. Primero, aparece el rugido (trueno), después brillan los ojos del felino (rayo) y luego con sus orines (lluvia) fertiliza los campos. Esto aparece en grabados y representaciones.

Por su nocturnidad, se creía además que el felino conectaba el día con la noche.

Se creía que, al ocultarse, el sol se sumergía en la tierra y se convertía en la representación de un felino-serpiente, que dominaba todo el espacio infrahumano o subterráneo. De esta manera, movía las energías de la tierra para emerger luego en el día y repetir sucesivamente este ciclo.

***

Con el tiempo la representación del felino se hizo más compleja. En Chavín era la máxima deidad —el ejemplo más claro es el mítico lanzón—, mientras que los incas lo consideraban como un dios intermedio. Existe un dibujo del cronista indio Juan de Santa Cruz Pachacuti que lo ubica al extremo derecho de la cosmogonía inca. Ahí aparece la figura del felino volador, arrojando agua o granizo por la boca. Alba Choque asegura que esta proliferación de iconografías, cerámicas, telares, etc., referidas al felino demuestra que en el antiguo Perú hubo arte y no solo representaciones documentales u objetos utilitarios. “Es probable —dice— que al inicio hayan sido los propios sacerdotes los que dirigieran las prácticas artísticas, pero con el tiempo llegaron a capacitar a grupos de personas dedicadas exclusivamente a la creación”. Tal vez el sacerdote explicaba el mito, pero era el artista el que utilizaba su capacidad creadora para plasmar el relato oral en una cerámica o un tejido. Este libro es una prueba palmaria de esta hipótesis.

El felino de oro
Choque significa en aimara oro sagrado y chinchay felino en quechua. Choquechinchay podría significar felino de oro o felino sagrado de oro y designaba a una constelación que se ve en el hemisferio sur (estrellas que formaban la figura de un tigre, según el cronista Pedro Calancha), la cual era venerada desde tiempos remotos hasta los incas. En la figura derecha se muestra el choquechinchay según la cosmogonía inca de Santa Cruz Pachacuti.
.
Fuente: Diario El Comercio. Domingo 13 de diciembre del 2009.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Estudio sobre la decadencia de la cultura Nazca.

La cultura Nazca desapareció por deforestar un bosque de huarango

A esa conclusión llegó un científico de la Universidad de Cambridge. El bosque era una defensa natural ante inundaciones por El Niño

Londres (EFE). ¿Una lección para la modernidad? La civilización nazca del Perú precolombino terminó sucumbiendo porque eliminó su línea de defensa natural, los bosques de huarangos, frente a los estragos del fenómeno natural conocido como El Niño.

Ésa es la conclusión a la que han llegado David Beresford-Jones, del Instituto McDonald de Investigaciones Arqueológicas de la Universidad de Cambridge, y otros colegas tras estudiar los efectos de El Niño en 1998 como modelo para intentar reproducir el impacto de un fenómeno similar al final de esa antigua civilización.

SIMILITUDES
En 1998, El Niño inundó la moderna ciudad de Ica con una capa de dos metros de agua, y una proyección con ayuda del ordenador indica que El Niño que aconteció en algún momento entre los años 500 o 600 de nuestra era debió de tener efectos aún más catastróficos sobre el valle del bajo Ica, uno de los dos centros de esa civilización.

Los nazca podrían haber sobrevivido, sin embargo, a esa catástrofe natural de no haber sido por la tala progresiva de una importante masa forestal que habían llevado a cabo para dedicar el terreno a cultivos agrícolas como el maíz o el algodón.

LA IMPORTANCIA DEL BOSQUE
El valle del bajo Ica, hoy desierto, estuvo poblado de bosques de huarango, un árbol que puede vivir más de un milenio y que, además de abastecer a los nazca de leña y madera para la construcción, cumplía un papel ecológico muy importante ya que sus profundas raíces afianzaban el terreno, protegiéndolo contra la erosión del agua y el viento.

Los árboles constituían además una importante defensa frente a las súbitas inundaciones, señalan los expertos británicos, según los cuales el análisis del polen antiguo muestra que la población de esos árboles comenzó a decaer en los años que precedieron al colapso de la civilización nazca por culpa de la dedicación creciente del terreno que ocupaban a agricultura.

Con esa tala masiva de árboles se eliminaron las defensas naturales frente a un intensísimo fenómeno de El Niño acaecido por aquellos años, explica Beresford-Jones.

“La tala gradual de los bosques terminó superando un umbral ecológico, claramente definido en esos entornos desérticos, con lo que el paisaje quedó expuesto a los vientos extremos del desierto y a los efectos de las inundaciones ocasionadas por El Niño”.

“El clima no fue por tanto el único factor (en el fin de esa civilización), sino que los nazca contribuyeron con sus acciones a su propia destrucción”, señala el científico británico.

OTROS OCASOS
Se cree que la deforestación contribuyó también de modo importante al colapso de otras civilizaciones, como la de la isla de Pascua o la del pueblo anasazi, del suroeste de Esatados Unidos.

“Los errores de nuestra prehistoria nos ofrecen una importante lección sobre la conveniencia de gestionar las frágiles zonas áridas de la actualidad”, afirma Oliver Whaley, del Real Jardín Botánico de Kew, otro de los autores del estudio.

Fuente: Diario El Comercio. 02 de noviembre del 2009.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Origen de los Horizontes e Intermedios culturales andinos.

Complejo Chavìn de Huantar

Origen de los Horizontes e Intermedios culturales andinos.

Joaquín Narváez Luna (arqueólogo)

El Horizonte Temprano fue definido por John Rowe en la década de 1960 como parte de su trabajo de dividir la historia prehispánica peruana en periodos intermedios y horizontes basándose en los cambios de los estilos alfareros ocurridos en el valle del río Ica. Comenzó a establecer finas divisiones en la cerámica del valle (contando con el apoyo de Lawrence Dawson y Dorothy Menzel) y los contrastó con fechados radicarbónicos. Cuando el valle de Ica se veía inmerso en influencias de otras partes del país, entonces lo consideraba un horizonte. Así establecieron tres horizontes: el Horizonte Temprano (Chavín), el Horizonte Medio (Huari) y el Horizonte Tardío (Inca). Los periodos entre horizontes los llamó Intermedios, de modo que tuvo un Intermedio Temprano (entre los horizontes Temprano y Medio) con Nasca y un Intermedio Tardío (entre los Horizontes Medio y Tardío) con Ica. Agregó un periodo más que denominó Periodo Inicial entre la aparición de la cerámica y la influencia Chavín. Todo lo anterior no lo consideró y simplemente lo llamó Precerámico (otros arqueólogos estadounidenses como Richard MacNeish, Thomas Patterson o Edward Lanning trataron de establecer divisiones dentro del extenso período Precerámico de John Rowe basándose en los cambios ocurridos en los artefactos líticos, pero fracasaron).

El Horizonte Temprano, tal como lo definió Rowe se extiende desde el 1200 a.C. hasta el 200 a.C. Richard Burger, desde los ochenta, en base a sus trabajos en Chavín de Huantar y otras partes del país redefinió el Horizonte Temprano señalando, acertadamente, que la expansión Chavín sólo correspondió a un relativamente corto periodo que iría desde el 400 a.C. al 250 a.C. Fue la fase Janabarriu de Chavín la que se expandió por todo el país y no toda la secuencia Chavín. Asimismo, muchos de los más famosos sitios “Chavín” como Huaca de los Reyes o Cardal eran muy anteriores a la mismísima fundación de Chavín por lo que su existencia no podía deberse a una supuesta “expansión” chavinoide.

Mucho ha cambiado desde las publicaciones iniciales del Rowe. Sin embargo, su división cronológica se mantiene, con correcciones, como la más útil de todas las que se han elaborado para dividir la historia prehispánica peruana.
.
Recomendados:

Fuente: Amautacuna de Historia. 01 de septiembre del 2009. (Sección comentarios)

domingo, 23 de agosto de 2009

HISTORIA DEL URBANISMO EN EL ANTIGUO PERÙ.

Ciudad Sagrada de Caral (3000 a.C). Valle de Supe (Costa Central)
.
El barro y la piedra
.
Por: Jorge Paredes (Polígrafo)

Los incas demoraron veinte años en la construcción de la ciudad del Cusco y movilizaron alrededor de cincuenta mil trabajadores. La plaza principal de la ciudad inca de Huánuco Pampa, al este de la Cordillera Blanca, tenía una extensión de 19 hectáreas. Es decir, era un enorme rectángulo de 550 metros de este a oeste por 350 metros de norte a sur. Para la construcción de la Huaca del Sol los moches emplearon 140 millones de adobes. Y los primeros edificios públicos del mundo prehispánico aparecieron en una etapa tan temprana como el período precerámico (2.500 a.C.).

Esta información, entre muchos otros datos, planos e imágenes aparece en “Ciudad y territorio en los Andes”, un monumental trabajo del arquitecto y urbanista José Canziani Amico, que cubre más de cinco mil años de historia prehispánica, desde los tempranos asentamientos aldeanos de la costa hasta el Tahuantinsuyo. El libro es la sorprendente constatación de que desde muy temprano los hombres y mujeres que habitaron este territorio se dieron cuenta de que si querían vivir en él debían adaptarse a su diversidad. “Nuestros primeros pobladores desarrollaron una apropiación inteligente del medio. Aunque parezca paradójico, es algo que nosotros con todo nuestro conocimiento a veces no establecemos correctamente”, dice el autor.

“Hay un tema que me parece importante en el detonante del proceso civilizatorio”, —explica Canziani. “Desde la época de los cazadores recolectores se domesticó un conjunto amplio de plantas y algunos animales, y como el territorio no era apropiado para la agricultura, se empezó a transformarlo. Esto implicó irrigación artificial, traslado de plantas a nuevos ecosistemas, desarrollo de instrumentos, etc. Un proceso de especialización muy intenso que derivó en una arquitectura pública desde el precerámico. Es decir, las condiciones de nuestro territorio nos obligaron a ser una sociedad compleja”.

Estamos hablando de sociedades primigenias que fueron generando estilos arquitectónicos diferenciados. Si estaban en la costa se manejaban con el mar, con los valles, el desierto, los bosques y las lomas, como el caso de los asentamientos de Huaca Prieta, en el valle de Chicama o Áspero y Caral, en el valle de Supe. Y si estaban en la puna, con la caza de vicuña, con el manejo de granos de altura, con la búsqueda de abrigos rocosos para protegerse del frío, y con la explotación de canteras para la recolección de piedras.

El barro y la piedra han sido los materiales ancestrales de las construcciones autóctonas. Sin olvidar la importancia de los elementos orgánicos, de la caña, la fibra y otros vegetales. Canziani lo explica así: “cuando la piedra se convierte en el material de construcción por excelencia, se buscan canteras de materiales específicos, por su dureza, calidad y color. Tenemos casos muy tempranos en Chavín donde la calidad del trabajo en piedra es sumamente espectacular”.

En el caso del barro, tenemos también una tradición enorme en la fabricación de adobes. En un primer momento fueron hechos a mano de formas muy curiosas: cónicas, como cuñas, u odontiformes, en forma de dientes. Finalmente, se hicieron con moldes, y las distintas culturas manejaron este material de manera muy creativa e innovadora”. Y en cuanto a las formas, las más notorias son las estructuras piramidales y circulares. “Eso nos acerca a otras culturas —observa el autor—, esa búsqueda de crear volúmenes nos llevó a la forma piramidal. En nuestro caso eran plataformas que daban esa apariencia por el escalonamiento. Por un lado se buscaba erigir una arquitectura sacra elevada para estar más cerca de los dioses, y por otro, se tenía la necesidad de crear volumen en el paisaje. Hoy la Huaca Pucllana parece escondida entre edificios, pero en su tiempo debió ser impresionante. Hasta ahora la pirámide de la Huaca del Sol, en Moche, puede verse desde muy lejos. Y si pensamos que estas construcciones estaban enlucidas con colores llamativos, eran hitos que creaban elementos de identidad en las comunidades”.

Una característica que Canziani encuentra, sobre todo en las huacas moches del Sol y la Luna, en la costa norte, es la renovación periódica de los edificios. Al parecer, estos templos estaban asociados a rituales calendáricos y debían morir cuando el ciclo terminaba. Por lo tanto, eran enterrados, y sobre ellos se construía una nueva versión. En el caso de la Huaca de la Luna se han registrado cinco o seis grandes períodos, en los que una plataforma de cien metros fue enterrada para ser construido otro nivel superior —“con una producción de tres a cuatro millones de adobes”, acota el arquitecto—.

Esta forma de construcción declinó con la aparición del imperio Wari, que fue el primero en construir grandes ciudades planificadas tanto en la sierra como en la costa. Sorprende aun hoy una ciudad como Pikillacta, emplazada en la cuenca de tres valles, al sur del Cusco. Su emplazamiento es magistral (por ahí pasa ahora el ferrocarril y la carretera que va al altiplano), y también la rectitud de sus calles y plazas, ejecutadas sin las técnicas modernas como la topografía o la fotografía aérea. Esta arquitectura civil se complementaría a inicios del siglo XV con la aparición del imperio inca.

“Lo que sabemos por las crónicas es que Pachacútec era un gran arquitecto y fue el gestor de la ciudad del Cusco”, afirma José Canziani. El inca reedificó la ciudad a partir de la confluencia de dos ríos. Las calles y pasajes estaban ordenados a partir de una plaza gigantesca, cuatro veces más grande que la actual Plaza de Armas: “Un horizonte amplio y abierto”, explica el autor, “que permitía a los residentes conectarse con el paisaje, con los apus y sus dioses tutelares”.

El libro nos cuenta cómo muchas de las ciudades andinas fueron abandonadas o destruidas a lo largo de los siglos, proceso que sería más radical luego de la Conquista. Desde el siglo XVI aparecerá un concepto importado de ciudad que muchas veces no ha seguido esos milenarios patrones de comunión con el medio ambiente y de respeto por eso que se llama “paisaje cultural”.

Fuente: Diario El Comercio. Domingo 23 de agosto del 2009.